Era un día estival cualquiera, bueno, cualquiera no. Era su primer día de playa. El padre y la madre prepararon todo. La bolsa de la merienda, la de las toallas, los juguetes, la cámara de fotos para inmortalizar el momento. No se olvidaron de las esterillas, las sillas de playa y la sombrilla más grande que había en la tienda. Bajaron del coche imaginando cómo sería el primer momento de sus hijas en la playa. Si les gustaría el tacto de la arena y de lo que pensarían cuando el agua fría del mar les tocase por primera vez las piernas. La realidad fue bien distinta. Estuvieron media hora, los padres sentados en el suelo. Cedieron las sillas a las niñas. Ya se sabe que la vida está llena de sacrificios. Cuando empezaron a recoger todo lo que habían llevado, una señora vecina de toalla, movida por un sentimiento de ayuda al prójimo, se ofreció a doblar la última silla y esterilla. De esta manera les ahorró a los padres la dura decisión de dejar en la playa a una niña o a la silla-esterilla.
Este no es el inicio de una película de terror, sino de nuestro primer día en la playa. Para que veáis que no es tan malo todo como se cuenta, os dejamos unas fotos de las dos como dos señoronas en sus sillas de playa.
miércoles, 29 de julio de 2009
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